23 de octubre de 2010

Médicos Cravioto del Centenario

Hace pocas semanas incluí en esta bitácora una invitación al Simposio homenaje a la memoria de los médicos hidalguenses de los siglos XIX y XX organizado, con motivo del Día del Médico, por el Instituto de Ciencias de la Salud (ICSA) de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, los días 21 y 22 de octubre, en la ciudad de Pachuca de Soto.




Anoté también que de las casi 20 presentaciones que integraban el programa del Simposio, tres se referían a integrantes de la familia Cravioto: “Una gran generación, disciplina y trabajo. Pompeyo Cravioto”, a cargo del doctor Roberto Uribe Elías; “Médico sanitarista. Adalberto Cravioto Meneses”, a cargo de Jorge y Mónica Cravioto Galindo, y “Médicos y maestros insignes. J. Pilar Licona Olvera y Agustín Torres Cravioto”, a cargo del doctor Nicolás Soto Oliver.




Al término del Seminario, mi intención era publicar en esta bitácora los textos de las conferencias referidas; pero luego pensé integrar un bloque más amplio que incluye una semblanza de doctor Joaquín Cravioto Muñoz, escrita por el doctor Francisco Hernández Orozco; una fotografía del famoso sanatorio que el doctor Rafael Cravioto Pérez tuvo en la colonia Portales, y del doctor Armando Cravioto Flores, algunos datos biográficos que me facilitó su hijo Eder Cravioto Patiño.

El material está organizado en orden cronológico; es decir, la primera nota corresponde a quien nació primero y la última a Armando Cravioto Flores, el más joven de nuestros médicos del Centenario.

Por supuesto que hay muchísimos más médicos en la familia: el cardiólogo Sergio Trevethan Cravioto; el doctor Alejandro Cravioto Quintana (hijo del doctor Joaquín Cravioto Muñoz); el doctor Adrián Cravioto Manzano y su hijo, el cirujano oncólogo Adrián Cravioto Villanueva; la investigadora María del Carmen Cravioto Galindo (hija del doctor Adalberto Cravioto Meneses), y muchos más que, estoy segura, iré registrando con la ayuda de los lectores de esta bitácora para integrar una nota sobre “Los jóvenes médicos Cravioto”.


9 de abril de 2010

Salvador Cravioto, 65 Aniversario

Hoy, hace 65 años, Salvador Cravioto Plata contrajo matrimonio con María Antonieta Azcasíbar Hernández





La siguiente imagen corresponde al matrimonio civil.
Al centro, sentada, está la novia. A su izquierda, de pie, Salvador Cravioto Plata, seguido de Raquel viuda de Azcasíbar (madre de la novia), Pompeyo Cravioto Calva (padre del novio) y Francisca Plata Moreno (tía del novio, en representación de su madre, Justina Plata, ya fallecida). Los niños que están al frente son: la mayor, María Gloria Moya Huerta; la pequeña, Olga Trevethan Cravioto, y al centro, Sergio Trevethan Cravioto.




El matrimonio religioso se llevó a cabo en la iglesia de la Asunción, en Pachuca, Hidalgo.



Salvador Cravioto Plata fue hijo de Pompeyo Cravioto Calva y Justina Plata Moreno. Nació en Pachuca, Hidalgo el 2 de julio de 1907 y falleció el 13 de octubre de 1967. A su vez, María Antonieta Azcasíbar Hernández fue hija de Pedro Azcasíbar Arietaorbe y Raquel Victoria Hernandez Ramírez. Nació en Pachuca, Hidalgo el 19 de octubre de 1917 y falleció el 18 de noviembre de 2000.

En su matrimonio, que duró 22 años, Salvador y María Antonieta procrearon tres hijos: María Antonieta, Pompeyo y María Guadalupe.

Esta nota se publica con información e imágenes proporcionadas por la arquitecta María Guadalupe Cravioto Azcasíbar, hija de Salvador Cravioto Plata y María Antonieta Azcasíbar Hernández.

23 de marzo de 2010

Antonio Craviotto, posible fundador de la rama estadounidense

Hace unos días recibí un correo de Darlene Craviotto, quien me proporcionó valiosa información sobre los Craviotto estadounidenses.

De acuerdo con su testimonio, en 1848 Antonio Craviotto y Dolores Buelna, su esposa, se establecieron en Santa Bárbara, California. Antonio, informa Darlene, había nacido en Varazze, Génova, en tanto que Dolores era mexicana.

Por su parte, Deneb Cravioto, me envió unos datos, que obtuvo de Family Search (el motor de búsqueda de los mormones), según los cuales Antonio Craviotto nació en 1833 y se casó con Dolores Buelna en 1858 (a los 25 años de edad). Si esta información es correcta, Antonio debió de establecerse en California a los 15 años de edad y tal vez llegó directamente de Varazze. En cuanto a Dolores, probablemente era originaria de California y aparece como mexicana por haber nacido ahí cuando ese estado aún era parte de México.

Hasta el momento de recibir el correo de Darlene, todos los Cravioto estadounidenses con los que había contactado eran descendientes de los Cravioto mexicanos; sin embargo, esta nueva información indica que hubo una primera migración en el siglo XIX.

La información recabada hasta ahora indica que el origen de todos los Craviot(t)o es Varazze, Génova, puerto desde donde migraron a España en el siglo XI; a México, hacia 1820; a los Estados Unidos, en 1848, y a Argentina, hacia 1870.

7 de marzo de 2010

Luis Corrales Vivar-Cravioto: Pachuca, cumbres y abismos

En su epístola para Mi Pachuca / 70 Cartas a la Bella Airosa, Luis Corrales Vivar-Cravioto se centra en la historia de la ciudad y su traza urbana, destacando sus luces y sus sombras.



Pachuca, cumbres y abismos

Arq. Luis Corrales Vivar-Cravioto


A la Ciudad de Pachuca:

Te escribo esta carta para decirte algunas cosas que pienso de ti. He titulado esta epístola como “Pachuca cumbres y abismos”. Creo que por el cariño que te tengo voy llamarte como todos te conocen, La bella airosa, ya sabemos los que te somos cercanos, que de los dos adjetivos pesa más el de bella, por eso así te llamaré: Bella.

Sé que tienes cumbres y abismos, sombras y luces, cimas y simas y te diré porqué. Cuando pienso en los mineros explotados de manera inhumana durante los tres siglos de la colonia, y todavía en el México independiente, -hechos que escandalizarían ahora a todos estos personajes de los derechos humanos-; cuando recuerdo que miles de tus hijos vivieron cortas vidas en tus entrañas sacando el mineral para beneficio de unos cuantos, sin salario justo y en condiciones nulas de seguridad e higiene; cuando recuerdo la cantidad de vidas perdidas entre el azogue y la silicosis; cuando recapacito en que su promedio de vida no rebasaba los 30 años y que sus expectativas eran inciertas y sin posibilidad de desarrollo o de progreso, entregando día a día la salud y la fuerza por enriquecer a los extraños, me permito asegurarte que estoy hablando de una de tus sombras.

Así también me permito argumentar, bella, que cuando el sevillano Bartolomé de Medina descubre aquí en tus terrenos el sistema llamado de patio para beneficiar el mineral y obtener mayor cantidad de plata por tonelada extraída, asunto que revolucionó en todo el mundo la producción de plata y podemos decir que platalizó la economía de Europa y América, me convenzo de que estoy ante una de tus cumbres. Qué importante debes haberte sentido por este descubrimiento. Cima también fue el hecho de que en la búsqueda de los terrenos planos para establecer las haciendas de beneficio que el sistema de Medina exigía, tu asiento se haya trasladado del original emplazamiento en la cañada que forman las orillas de los cerros San Cristóbal y La Magdalena hacia abajo y hayas derramado tu crecimiento hacia el sur en el valle en donde ahora se localiza el Centro Histórico, convirtiéndote de un caserío en la cañada a una ciudad con terrenos planos, amplios y con posibilidades de crecimiento.

Sima por el contrario que debido a esa topografía y al descuido de quienes mandaban en tus límites hayas padecido, bella y triste, las inundaciones que dañaron tus calles, casas y lastimaron a tus hijos. En especial, profunda sima, la del 49 del siglo XX que se llevó con el torrente embravecido a más de 200 pachuqueños, entre ellos muchos niños que salían a esa hora de la media tarde de la escuela y nunca llegaron a sus casas.

Cumbre es en cambio tu clima templado tendiendo a frío que contiene una atmósfera clara y transparente que se limpia diariamente con el viento que, para mí, soplan ángeles y querubines desde el norte y que, ayudados por los pasillos estrechos de la cañada, conducen los movimientos de aire -oxigenados por los bosques del hinterland- sobre el cielo tuyo, consiguiendo esta maravillosa limpieza y regalándonos en ocasiones lluvias frescas y saludables que limpian calles y drenes. Por eso te consideramos airosa, y bella, claro.

Victoria también la de tu subsuelo, lleno de plata y oro, que además es sólido y fuerte, ya que aunque estamos cerca de las fallas geológicas que del Occidente se adentran en el centro del país, tú no tienes las temibles sacudidas que aterrorizan a los pobladores y dañan la habitación y la infraestructura de calles y avenidas. Cuando en tu hermana mayor, la Ciudad de los Palacios que dijera Humboldt, tiembla y se caen edificios, tú permaneces estática y de pie. Esa es una victoria con la que la naturaleza te ha coronado siempre, bella.

Cima tu gente. Las mujeres y los hombres que amorosamente cobijas: nobles, alegres, entusiastas, llenos de optimismo, que diario caminan, trabajan, luchan y se superan entre tus escuelas, oficinas, comercios, edificios y que constantemente buscan la forma de mejorarte, porque se sienten orgullosos de ti, claro… eres para nosotros, como dijera Alfonso Cravioto: Novia, madre y maestra.

Orgullo ahora también tu rápido crecimiento hacia el valle del sur, hacia la sabana de Huaquilpan, hacia los planos terrenos llamados también de San Javier, esa es la bella moderna, con nuevas avenidas, centros comerciales, edificios contemporáneos, plazas y jardines, la bella novelle. Así que tienes un origen remoto, un emplazamiento con historia, un presente moderno y un futuro formidable.
Cumbre la presencia del monumento a Cristo Rey, obra de Alfonso Romero, el párroco de San Francisco, que la levantó prácticamente de la nada y la conserva y cuida, que enseñorea toda tu extensión y bendice tus casas y tu gente desde la cima de santa Apolonia, el monte en donde Rodríguez de Salgado descubrió en 1552 la primera mina de tus entrañas.

Sima tu vialidad. Nunca nadie pensó que entre tus calles de los siglos XVI y XVII habrían de circular 300 años después, miles de automóviles, camiones y todo tipo de vehículos de movimiento autónomo, llegando a congestionar tus calles y en ocasiones a paralizar la circulación sobre todo en tu centro histórico. Habremos de hacerte algo, porque esta vialidad en la parte tradicional de tu casa, puede provocarte un infarto y no en el miocardio sino en el Mercado Hidalgo y zonas circundantes que es donde se traba todo. Ya se te hicieron estudios y análisis, pero no ha habido medicina ni tratamientos.

Cima tu vocación de ciudad universal, resultado de la convivencia en tu núcleo social de extranjeros de muchas partes. Tu has sido siempre hospitalaria: ingleses, españoles, turcos, libaneses, polacos, rusos, americanos, franceses, suizos, chinos, griegos, argentinos, árabes, italianos y más, siempre encontraron en ti su nueva casa, por eso sus descendientes viven aún aquí a plenitud. Crisol de etnias, mosaico de nacionalidades y culturas, eres Pachuca, por la minería, una ciudad cosmopolita, de ahí tu vocación plural.

Cumbres tus edificios históricos, realizados con señorío y destreza, las iglesias, la basílica de Guadalupe, el convento de san Francisco, el edificio civil de Las Cajas, el hospital de los Juaninos que ahora es la sede principal de la universidad y un importante número de casas antiguas -la casa Rule a la cabeza- que requieren atención y restauración, porque tú eres una linda ciudad con un pasado importante que los urbanistas y arquitectos quieren arreglar para que luzcas señorial y seas visitada y considerada por propios y extraños como una joya del pasado y del presente.

Cumbre tu reloj. Para mí que el reloj no fue construido afuera. Para mí que nació de adentro, mejor dicho que emergió de tus entrañas con su cabeza con ojos a las cuatro orientaciones para revisar, observar, vigilar como periscopio de cantera a toda tu heredad y que está provisto del sonido metálico de sus campanas repiconas para que hables con todos, lo que pasa es que algunos no te entienden. El reloj cada hora dice: tan-tan-tan-tan, que es: a-quí-es-toy; tan-tan-tan-tan: pa-ra-mi-rar, tan-tan-tan-tan: pa-ra-ale-grar; tan-tan-tan-tan: tu-co-ra-zón. Y luego: tan una, dos, tres y hasta doce veces al día nos habla el reloj, bella.

También considero una de tus hazañas el hecho de que en los cuatro siglos en que tu principal actividad fue la minería, se hayan construido en tu subsuelo y el de la comarca que te rodea, más de dos mil kilómetros de túneles subterráneos que sirvieron a la explotación minera. A diversos niveles que alcanzan hasta los 400 metros de profundidad hay todo un entramado de ellos y tú tan campante. Y qué decir de las cantidades de plata y oro que se extrajeron de tu seno que según los expertos llegan a ser más de 40 mil toneladas de plata y 230 mil kilos de oro. Toda una riqueza que se fue, se aprovechó en otros lares y no se vio reflejada en ti bella, que eras la dueña de esos recursos, pero tal es el resultado del colonialismo duro, severo e injusto.

Para el futuro bella, veo esperanza y horizontes promisorios debido principalmente a tus mujeres y a tus hombres, que se organizan, cooperan y tienen conciencia social, a su vocación plural, a sus anhelos de progreso y desarrollo y a que tus jóvenes, cada día más interesados y bien preparados, te forjarán un panorama distinto, mejor y con un criterio de participación y tolerancia. Ojalá airosa, que así sea. Bueno bella, aquí termino, no porque ya no tenga que decirte, que tú bien sabes que te hablo casi a diario, te enamoro, te halago, porque te quiero, porque me gustas, pero esta carta tiene un límite y está bien. Bella airosa, cuna sagrada, pretil de sueños, te amo Pachuca.

6 de marzo de 2010

Sergio Trevethan: Es sábado nuevamente

"Es sábado nuevamente", contribución de Sergio Trevethan Cravioto para el libro Mi Pachuca / 70 Cartas a la Bella Airosa, es un texto intimista que evoca la ciudad de su infancia: las calles, los juegos infantiles, los comercios, los restaurantes y, sobre todo, a la gente.


Es sábado nuevamente

Sergio Trevethan Cravioto



Es sábado nuevamente:

Son las 7 de la mañana, he despertado. De hecho, desde las 5:30 de la mañana no se puede dormir bien en esta casa, porque se escucha el trajín de mi madre, que desde esa hora empieza a barrer su calle, esperar en el zaguán la leche que viene en burro, regar sus plantas, preparar el desayuno, prender el boiler, que tarda mucho porque es de leña; pero en cuanto abro los ojos, vuelvo a recordar. Es sábado... me dejarán salir en bicicleta. Mi bicicleta es nueva, me la regaló el tío Salvador por dos razones: la primera, porque es buen hombre y la segunda, porque las finanzas de mis viejos no están como para andar comprando bicicletas a los hijos; es pequeña, pero yo también, se encuentra en el cuartito de los trebejos en el fondo de la casa, esta ahí yo creo, porque mi madre dice: “¿Y dónde voy a poner tanta mugre?”


Mi casa materna en la calle de Matamoros 403, a una cuadra del centro, justo enfrente de la escuela Manuel Altamirano y en contra esquina de la Escuela Benito Juárez, de don Teodomiro Manzano, fuente de mi educación primaria; al lado el callejón de la cerrada de Victoria, con su piso de tierra, en donde paso deliciosas aventuras, y juego al beis, trompo, balero, yoyo y canicas, con Leo, Mickey, los Noble y Manolo Coria y en ocasiones nos aventuramos a saltar la barda de adobe del fondo para poder caminar por la vereda que se encuentra al borde del lecho del río de Las Avenidas, con nuestra resorteras y tal vez, con buena suerte para nosotros y mala para el infeliz animal, matar alguna inocente primavera.


Limpio mi bicicleta, pruebo mis frenos, mi timbre, coloco mi pancle sobre el pantalón a la altura de mi tobillo y me lanzo a la aventura por mis retorcidas calles. Esta vez no me detengo en el callejón, que éste es del diario y la bicicleta no. Al pasar por la Fotografía Bustamante en la esquina con Mina, la güera-Lupe, prima del fotógrafo don David, ya está también barriendo su acera. Casi en la contraesquina de la fotografía, en el Monte Pío, aun los sábados, ese fino caballero, don Emilio Montaño, que es el gerente y no desaprovecha oportunidad ninguna para darle el paso a las damas, bajándose de la banqueta, descubriendo su cabeza. Unos metros delante, en la escalinata del Casino Español, mi memoria va a la tarde anterior, en la que estuve con mi padre (como era costumbre), acompañándole a jugar su dominó, con Javier Manzano, Juventino Martínez, Jorge Quiroz, don Pedro Gil y José Manuel Díaz, el propietario (el gran Cagancho) y otros mas, mientras Ángel Díaz y yo jugábamos carambola en el billar del propio Casino, para después obligadamente ver en la televisión, en una imagen granulada, gris y borrosa al Santo, Blue-Demon, Cavernario, la Tonina Jackson y tantos más que hacían nuestro deleite.


En mi recorrido, enfrente de La Blanca, en la primera esquina del edificio Reforma, doña Juanita, esposa del señor Roldán, abría su dulcería a las ocho horas, y me deleitaba viendo a Tere, la mayor de las hijas. Al terminar la acera, podía saludar a los Aldana en su tienda en la otra esquina del edificio. A la derecha el restaurante Kikos repleto en los días domingos en su entrada, de jóvenes estudiantes que, como aparador, tapaban el verdadero aparador, que era todo de vidrio. A la izquierda el nuevo cine Reforma que había derrocado ya al viejo Iracheta y al Pineda, pero sólo por ser nuevo.


Cuando me toca en suerte escuchar las campanadas de mi viejo reloj, tengo necesariamente que recordar el poema de Guzmán Mayer: “Las horas del reloj cayeron en rebanada sobre el plato dominguero de Pachuca en serenata”. Y los escritos y descripciones arquitectónicas de Corrales y Ballesteros acerca de la belleza de este edificio. A la derecha la sombrerería Tardán. Me sigo por Zaragoza en donde aparece a mi vista la hermosa y antigua construcción de la casa de la tía Cata, hermana de mi abuelo Pompeyo, justo enfrente de donde vive el doctor Enrique Rojas Corona, para dar vuelta ahí en el mercado que está al fondo, al terminar las casas de los doctores Herráis, Aparicio, Cravioto y la familia Nieto Cañedo justo enfrente de la señora Raquel, esposa de don Pedro Azcacíbar, el de la ya para entonces extinta ferretería de las Palomas.


Regreso al zócalo por la calle de Guerrero, para admirar la plazuela del puerto de Manzanillo, al lado del hermoso cine Iracheta y enfrente, la también hermosa casa de mi abuelo Pompeyo, parecida a la de la tía Cata. Bajo al zócalo nuevamente y al tomar por Doria, la casa Bejos en la esquina, con su impávido y eterno maniquí. Después la casa Iris de don Adolfo Díaz, con la magia de su papelería, lápices y cuadernos de todos los colores y a la que no se tenía acceso económico de manera frecuente. La joyería de Zarco, de gran renombre en la ciudad, la zapatería de Chabelo charlista, español extraordinario y en la cual tan sólo unos cuatro años después acudiríamos por lo menos una vez por año mi amigo Horacio Borbolla y yo a comprarnos zapatos, los de él GBH y los míos Emir, que costaban tres tantos menos y al llegar a Guerrero las deliciosas tortas de don Baldomero a la derecha y a la izquierda la Casa Blanca, peluquería de don Baudilio Teysier. Hace tan sólo 15 días me habían llevado con él y aún retumban en mis oídos y en mi ego la vergüenza, cuando les decía a sus ayudantes: “A este niño casquete corto, algo decente, porque es hijo del licenciado Trevethan”. Todos los demás clientes clavaban su mirada en mí, mientras yo me moría de pena.


Desde esa esquina, en La Brocha, de Valderrama, se iniciaba el caminito de gloria, cuna y hechura de los hombres grandes de Hidalgo. Unos cuantos años después quedarían grabados en mi memoria de manera imperecedera los nombres de los García Izunza, los Devereaux, los Zoebich, los Zapata, los Ramírez Guerrero y tantos más a quienes mi memoria ha traicionado. Este mágico Instituto donde se dejaba de ser niño o niña para convertirse uno en hombre o mujer. Avanzando por Guerrero rumbo a la Luz Roja, enfrente los patios del ferrocarril. Me detengo un poco a mirar los comercios, don Romualdo y Paquita en la casa Tellería, que bien temprano se encontraban en la lucha cotidiana, incluyendo los sábados. Esta zona la recorro rápido porque, para los que no lo saben, por su solo andar en vehículo de motor o a pie, es de bajada, desde Loreto hasta la Villa. De pasada, El Nardo, el Elefante, la Colorada, la frutería de Beatricíta, y después la alcoholera del señor Hernández. En la contra esquina de la Luz Roja, en la planta alta de los portales, admiro la escuela de danza que dirigía el profesor García, atleta, gimnasta y bailarín excepcional. Ahí está la sede de las bellas artes.


Los policías, en su banco de madera en medio de los cruceros de las calles, de silbato y guante, dando las señales de paso a los vehículos y como a los peatones, casi todos me conocen, unos me ven con simpatía que hasta el paso me otorgan, otros con algún desagrado, pero me toleran. Llegando a la Villita, mi recuerdo se va más atrás, cuando apenas la memoria empieza a serle fiel a uno; cuando a mi hermana Olga y a mí nos vestían de inditos, mi madre y su hermano Salvador (este de la bicicleta) para llevarnos a ofrecerle flores a la virgen.


Mi ciudad terminaba en la tenería de la Ten-Pac, de don Everardo Márquez, en esa hermosa casa en donde por aquellas épocas tuve el susto de decirle unas palabras a la esposa del gobernador en turno, en un 10 de mayo, en discurso elaborado por mi padre. Hacia la izquierda de esa casa, no había ya más que lotes baldíos, algunos maizales y mi osadía, que me alentaba a ir más allá, aun sin pavimento, con la nefasta consecuencia de pagar el costo de ella, cuando algún amigo o amiga de mis padres (yo creo que amiga, más bien) tenían a bien señalarles: Vimos a Sergio en la bicicleta y sin cuidado alguno, por el horno de cremación o en la subida a Cubitos.


Es sábado nuevamente:
Me he despertado a la misma hora, no hay ruido, mi recorrido es el habitual, frecuento los mismos lugares, sólo que ahora ya no está mi casa, ya no están las escuelas Altamirano o Benito Juárez de don Teodomiro, ni el casino español, ni Téllez-Girón el sastre, ya no está la güera-Lupe, ni queda tampoco ninguno de los amigos con los que mi padre jugaba dominó, ni Roldan, ni Juanita, ni Tere, ni los Aldana, ya no está el Kikos ni el Reforma. Ni la panadería de la Palanca. No está Baldomero el bisabuelo de Víctor, el de las tortas de hoy, ya no está Baudilio, ni los baños de Guerrero, ni la escuela de danza, ni la escuela Hijas de Allende, ni Angelita, la esposa de don Everardo Márquez, que antaño recorría por las tardes la ciudad en coche en compañía de mi tía Cata y de mi madre.


Y es que hoy tengo 68 años de edad y también tengo una bicicleta, pero ésta salió de muy mala calidad, la primera era una Hércules inglesa y ésta se la compré a Jacinto Benotto y, a pesar de sus avances tecnológicos, siete velocidades, aluminio en vez de hierro, ausencia de salpicaderas, etcétera, etcétera, es, con mucho, muy inferior a la otra, es más lenta y en las subidas es prácticamente un fracaso (ya no las hacen igual). Si bien es cierto que mi actual recorrido está lleno de recuerdos y añoranzas y que en ocasiones se acompaña también de una que otra lágrima, debo decir que lo que más extraño son los regaños de Serafín y de Esperanza cuando sancionaban mi osadía, pero hoy lo entiendo, era sólo amor y preocupación, como la que debe tener mi esposa cuando me ve salir los sábados por la mañana al mover su cabeza y tal vez pensar "Ahí va este viejo necio otra vez en la bicicleta, nada más a exponerse". Es cierto, ya no están las personas y algunos lugares han desaparecido, pero en cambio mi ciudad se ha vuelto muy hermosa.


En el cuartito donde guardaba mi bicicleta, ahora está mi consultorio. Mi callejón está pavimentado y tiene salida al río de Las Avenidas, que se ha convertido en un hermoso y veloz pasaje, que en el transcurso de tan solo siete minutos le lleva a uno desde el centro de la ciudad hasta la zona plateada, con sus flamantes y nuevas tiendas, su gran hotel, su Tecnológico de Monterrey, su enorme y funcional auditorio y su pisal increíblemente hermoso. Esa mole de gigantescos y bellos puentes elevados que rodean todas las entradas y salidas de la ciudad, a la altura de cualquier urbe moderna y que han despejado, al menos temporalmente, la enorme explosión demográfica que padecen hoy, todas las ciudades en el planeta.


El parque Hidalgo sigue siendo bello y aun cuando echo de menos el cerrito de tezontle de mis años infantiles, a cambio ahora hay un exquisito reloj, también con un agradable tañer en su repicar. En la gran fuente de este parque, la estatua de bronce de la mujer tocando la lira, monumento donado a la ciudad de Pachuca por el pueblo español en 1910 con motivo del centenario de nuestra Independencia, sigue adornando el entorno de ese parque, sólo cambió de lugar, antes estaba en el pequeño jardín, frente a mi casa, a un lado de la escuela Altamirano. La lira, de la que hoy adolece la estatua (pero que me consta que la vi), le fue sustraída por algún vándalo, no sé si para ponerla en su jardín o tal vez para pretender tocarla. Y que decir del disfrute de su pérgola central, toda de hierro forjado, con su techo de dos aguas soportado en ocho postes rematados, en la parte alta con sus lámparas de delfines alados, donación al gobierno de Pachuca por la colonia americana en 1920, también con motivo de nuestra independencia de España. Mi recorrido por este parque lo hago saludando a todos los citadinos que se encuentran haciendo su ejercicio en las mañanas, de toda intención; por si algún niño me ve y dentro de 60 años el encargado de la cultura en ese tiempo, le pide una carta a Pachuca y tal vez encuentre material diciendo entre otras muchas cosas, el parque Hidalgo con su constante y sabatino viejito, de cachucha, bigote blanco y bicicleta, saludando cortésmente a todas la personas, y que hoy ya no está más.


Pasear por la zona de San Francisco con su fototeca, su museo, su biblioteca y sus jardines, visitar el CEUNI, y el parque Pasteur enfrente de mi antigua escuela de medicina, es delicia que consuela la ausencia del antaño. Mi antiguo ICLA se ha convertido en una pujante universidad de reconocido prestigio, pero conservan el antiguo edificio de manera impecable. El actual campus universitario es motivo de orgullo para todos, los universitarios y los que no lo son. Pachuca es bello tanto como lo fue en mi tiempo y estoy convencido que hoy lo es más. Avanza y progresa porque así debe ser la vida. Quien se queda sólo en el pasado, viviendo exclusivamente de añoranzas y de quejas del mundo actual, lleva el serio riesgo de que se le pudra el alma, junto con sus añoranzas.


Dicen algunos viejos suspirando: “Ya nada es como antes”. Respondería yo, "¿y que esperaban?, hoy no es el antes, el hoy es el hoy y hay que aprender a seguirlo o incluso a tratar de adelantarlo, para procurar mejorarlo". La vida, como decía el maestro Chávez, la vida es misión, se viene a ella a enderezar lo que está mal o a mejorar lo que está bien. La vida nunca es expiación. El hombre que reniega del futuro es tan pobre en su espíritu, como el que reniega de o ignora su pasado. Termino mi reflexión, citando algunas palabras de Beltrán Russell: "Ni todos los aciertos son modernos, ni todas las tonterías son antiguas, todo es cosa de que los hombres de todos los tiempos aprendan a reconocer los valores que son, han sido y muy probablemente seguirán siendo, comunes a todas las generaciones". En hora buena tierra mía.

Pachuca de Soto, a 10 de mayo 2009.